Una breve introducción
Dr. Jorge Carvajal Posada
El idealismo de los setenta estaba en su apogeo. Animados por el doctor Héctor Abad Gómez, titular de Salud Pública en la Facultad de medicina de la Universidad de Antioquia, nos fuimos a los barrios de invasión para generar diagnósticos de su condición de salud. Nada más desolador que asistir al tsunami social del desarraigo. Empezamos en sus barrios marginales y, posteriormente, a través del programa de Campamentos universitarios, dedicamos el tiempo de nuestras vacaciones a alfabetizar, y enseñar en las escuelitas de sus lugares de origen.
Por la misma época, a comienzos de la década de los setenta, tuve la oportunidad de asistir a seminarios y prácticas organizadas por la Escuela latinoamericana de Medicina Biológica, una institución pionera en el campo de las medicinas alternativas en Latinoamérica. Allí el doctor Germán Duque Mejía me dio la oportunidad de sumergirme en el fascinante mundo de la terapia neural y la medicina biológica. Con él pudimos conocer a Peter Dosch, el más reconocido de los maestros de la terapia neural en nuestros tiempos y a Reinhold Voll, padre de la electroacupuntura y precursor de lo que hoy es uno de los sistemas médicos conceptual y tecnológicamente más avanzados : el de las biorresonancias.
Esta formación en la Escuela latinoamericana de medicina biológica, antes de mi graduación como médico, fue crucial para la apertura a otras visiones del mundo. No puedo menos que rendir un tributo a ese trabajo pionero del Dr. Duque, quien señaló el camino para que muchos médicos españoles y latinos abrieran sus corazones y sus mentes a otras formas de hacer medicina. Su labor, prácticamente desconocida por nuestras instituciones oficiales que hoy buscan las canteras de las medicinas complementarias en otros países, ha generado en Colombia la que sin duda es la más fuerte corriente de medicinas complementarias en el contexto hispanoamericano.
Pronto a través de estos periplos en busca de un sentido para la medicina y una medicina con sentido descubrí la selva y el tapón del Darién. Con los misioneros muchas veces bogamos por los ríos, entre comunidades ribereñas e indígenas desde el Sur del departamento del Chocó hasta el Gofo de Urabá, hasta que después de varios años y, en contra de la opinión de amigos, profesores y familiares, decidí hacer la medicatura rural en la región. Pasó un año y dos, hasta cuatro, y en ese medio sin recursos conocí otros recursos y otros métodos terapéuticos. Otras visiones del mundo. Alfonso Diaz Granados, chamán de los Cunas de Arquía, fue el silencioso guía que me condujo por la naturaleza virgen y me ayudó a ver más allá del mundo de las apariencias.
Allí encontré un modelo de pensamiento analógico, que después descubriría en las grandes cosmovisiones de la salud y, con él, antiguos principios como el del tratamiento por los semejantes- similia- la Espagiria, la resonancia mórfica- conocida por los radiestesistas. Pero por sobre todo, la sanación a través del ritual y la oración. Este sistema médico es el más antiguo y universal de los métodos de curación, como más tarde podría constatarlo.
El trabajo con las poblaciones negras, indígenas y mestizas, el jaibaná, el orinero, el santero, el sobandero y hasta el paisa de la botica, me enseñaron que los sistemas de salud no son los de los médicos. Todos tenían cabida para la supervivencia en esa amalgama de culturas que trataban de sobrevivir a la malaria, la tifoidea, las serpientes y el clima inclemente. Pronto pude percibir la eficacia de cada método en su respectivo contexto cultural. Era el poder de lo simbólico, demostrándome in vivo que, además de vivir en su cuerpo, el hombre habita en su lenguaje, su esperanza, sus creencias.
Después del shock cultural y de que se derritiera el escepticismo “científico” que, como una armadura me había legado la universidad, pude empezar un trabajo de salud pública creando con la ayuda de países europeos, contactados por los padres Claretianos, un programa de promotores rurales de salud. Allí reunimos los principales agentes de salud de la comunidad. Se construyeron pequeños puestos de salud en pueblitos y veredas, y se garantizó la comunicación y movilidad por la donación de mulas y pequeñas embarcaciones. Por dos años tuvimos también a disposición del programa una pequeña avioneta, que me permitió el desplazamiento periódico por los cuatro poblados que tenían aeropuerto.
El programa, en el cual impulsamos, al lado de la medicina convencional, la utilización de los recursos locales en salud, contó con la enseñanza y la aplicación de técnicas médicas alternativas que ya había estudiado durante mis años de universidad. Fue una bendición, dada la total ausencia de recursos del sector oficial. Aún recuerdo agradecido los efectos de la terapia neural y la acupuntura que fueron completamente aceptadas por la comunidad, al constatar sus resultados.
La práctica médica en la selva chocoana forjó mi convicción de que es factible una medicina más efectiva y más económica, con una mejor relación costo- beneficio que la de nuestra sola medicina occidental aislada. Y, sobre todo, una medicina más participativa y más humana. Impulsamos la utopía de la autogestión en salud. Esa utopía la seguimos impulsando hoy en día, a una mayor escala, a través de la participación activa y comprometida del ministerio de salud pública chileno en el programa de formación en Sintergética, que hoy patrocina, para médicos y otros profesionales sanitarios en los servicios de salud, de Santiago, Arica y otras regiones de Chile.
Pero este sueño de integración de diferentes sistemas médicos no concluyó en el Chocó. Casi que por azar, si después de todo no creyera hoy que el amor y la necesidad van poniendo cada cosa en su lugar, conocí en la selva a alguien que me dio la posibilidad de acceder sin ninguna contraprestación a una beca de una fundación europea, para estudiar todo los concerniente al campo de las terapias complementarias. A partir del año 1978 deambulé entre Francia, Bélgica, Alemania y Austria. Conocí, escuelas, métodos, dogmas, islas, hasta que en Viena tuve la oportunidad de encontrar a un auténtico maestro: El doctor Johanes Bishko. En el N° 9 de Marianengasse, funcionaba el departamento de Acupuntura, que dirigía en el policlínico de la Universidad de Viena. Allí llegaban, además de los médicos europeos, médicos procedentes del que era, aún en ese tiempo, el lejano oriente. La cefaleas vasculares, la analgesia obstétrica, los protocolos analgésicos para pacientes terminales, eran llevados a cabo por médicos de su departamento. En su humanidad, el Dr Bishko conjugaba la síntesis de medicinas milenarias y lo mejor de la ciencia médica occidental. En ese mismo departamento, tuve la oportunidad de conocer al doctor Alfred Pischinger, padre del concepto del tercer sistema, sistema ambiente célula o de la mátrix celular, que ha sido crucial en la comprensión del transporte de señales en el organismo y el mecanismo de acción de la terapia neural.
Además de trajinar por los territorios terapéuticos de la acupuntura, la homeopatía y las medicinas manuales, uno de los más significativos hallazgos en esta excursión por el campo de las medicinas complementarias en Europa, fue el encuentro con la auriculoterapia y la aurículomedicina, a través de su creador, el doctor Paul Nogier. Este fue el reconocimiento de una naciente concepción cibernética de los microsistemas reflejos en el seno del organismo. Pionero en la utilización de campos electromagnéticos y la luz del soft.láser para dialogar con los sistemas biológicos, el Dr Paul Nogier fue la más fecunda fuente de inspiración para el diseño de una medicina de Síntesis. Allí en su consultorio de la Rue du Dr. Edmon Locard en Lyon empezó lo que para mi fue la gestación de la Sintergética. Por primera vez sistemas lógicos y analógicos, antiguas concepciones del mundo y avanzadas tecnologías se reunían en una sofisticada y elegante metodología para abordar la enfermedad. Órganos y sistemas, moléculas y puntos reflejos, sistema nervioso central y neurovegetativo, se unían en términos de códigos de información.
El mínimo común denominador de concepciones biofísicas, químicas, reduccionistas o idealistas de la medicina humana estaba allí: la vida misma es información. Como lo concibe la más moderna biología, la vida es un patrón de organización de información autopoiética – que se auto-recrea –
A partir de ese encuentro crucial, emprendí el camino de regreso a la fuente. Pasé por un laboratorio de investigación fundamental en Bruselas, seguí al continente africano- donde reconocí la misma savia que nutre los sistemas médicos de las comunidades afroamericanas- para regresar al punto de partida. Allí, en el Chocó, encontré de nuevo la sabiduría ancestral del indio Alfonso, que me enseñó que cada cosa en la naturaleza es una frase llena de sentido y que cada una de esas frases es parte de un capítulo en el libro de la vida.
La naturaleza es información… miré hacia atrás como pequeñas islas los sistemas separados, excluyentes y dogmáticos. Todo se podía unir… y cuando cada pieza ocupaba su lugar, el rompecabezas dejaba de serlo y, en lugar de partes sin sentido, contemplamos el paisaje maravilloso de la vida. Era más sencillo ahora vislumbrar en la antigua torre de Babel de sistemas médicos contradictorios, un lenguaje universal, dejando que cada paradigma médico ocupara su lugar y encontrando la interfase, en términos de información, para restaurar la conectividad perdida entre los campos de materia, de energía y de información.
Todo parecía ahora reunirse en el común denominador de la conciencia que, como una especie de campo unificado, nos permitiría comprender que la materia es a la energía lo que la información es a la conciencia.
Trajiné entonces a través de la teoría general de sistemas de Bertalanffy, la Cibernética de Wiener y las ciencias sistémicas, para enriquecer el paradigma emergente con la visión sistémica. Me sumergí en el orden implícito de David Bohm, el modelo cuántico de la conciencia de Roger Penrose, y la teoría del holón de Arthur Koestler a la luz actualizada de Ken Wilber. Retomé las antiguas concepciones de lo que Aldous Huxley denomina la sabiduría perenne y busqué, en el campo de la Psicología transpersonal emergente, una visión que permitiera unificar a la bioenergética de Reich, el psicoanálisis de Freud, la psicosíntesis de Assagiolli y los arquetipos de Jung. Al unirlo, todo parecía ahora más íntegro y más sencillo.
Nacía el sueño de una medicina que, paradójicamente para nuestra visión occidental, podía ser al mismo tiempo más integral, más económica, más científica y más humana. Eran los comienzos de lo que sería un vertiginoso recorrido por los caminos de la Bioenergética, para alcanzar ese territorio de síntesis que es hoy la Sintergética.
Este recorrido se ha realizado de la mano de la clínica. Cada cosa en Sintergética ha sido repetidamente probada por muchos médicos en muchos lugares. Las visiones del mundo se han traducido y codificado en la dinámica terapéutica, de tal modo que el camino nos ha conducido a un fructífero encuentro con nuevos modos de dialogar con el cuerpo, de nuevas técnicas y tecnologías apropiadas. De nuevos modos de escuchar. Y aún, de nuevos modos para utilizar la energía y la información del propio organismo como agentes terapéuticos.
Hoy tengo la sensación de que entre todos aquellos que buscamos integrar las diferentes medicinas, en un meta-paradigma que restaure su perdida integridad, estamos asistiendo a un nacimiento. Es el nacimiento de una medicina integral, de una nueva ciencia, que es a la vez filosofía y arte. Parece nacer también hoy, con esa nueva cultura de la salud, una nueva humanidad. Somos nosotros los que nacemos. Parteros de nosotros mismos, ahora la invitación es a nacer, desde nosotros, a esa genuina humanidad que en cada uno espera revelarse.
Jorge Carvajal Posada
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